Daniel Wentworth es un oficial inglés que publica en una revista londinense un relato sobre las excusiones que tanto frecuentaban los militares de la guarnición de Gibraltar, propicias para sacudirse el malestar y monotonía de un obligado encerramiento en los escuetos límites que apresaban a la pequeña colonia, así como de la rígida disciplina militar. A los que se unía la comunión con el soplo romántico que llenaba la época: el que gustaba merodear por escenarios grandiosos a la captura de paisajes nunca vistos; o turbar la soledad de poblaciones dormidas en el tiempo; conocer costumbres y tipos desconocidos o nuevas normas para medir el paso de las horas.
La singularidad de este viajero es que realizó, junto a otro compañero, todo el recorrido a pie, algo inhabitual tratándose de dos militares británicos de graduación e influyente uno de ellos, al menos, en el gobierno de la guarnición gibraltareña. Ni siquiera la falta de caballos, de los que se habían apropiados en masa otros compañeros para venir a la feria de Ronda, parece excusa plausible para esa caminata de dos días que emprenden ambos sin montura alguna; y sí un prurito de prescindir de ayuda alguna y dar una vuelta de tuerca al trayecto, en un desafío más a los que tan aficionados eran los oficiales cuando se trataba de cubrir la distancia a Ronda, en el menor tiempo posible.
Por fin le fue posible, tras prolongada espera, visitar Ronda, en la que fue espectador de varias corridas de toros, durante la feria de mayo de Ronda, y uno más entre la multitud que asistía a la feria. “Un asunto del que vale la pena hablar por lo que, caballeros, emprendo ahora la empresa de darles el relato de mi viaje, la visita a este increíble ciudad…”.