Continuamos con el magnífico relato de un viajero anónimo inglés que publicó en la revista “The New Monthly Magazine” de Londres, en 1865, un reportaje de su viaje a nuestras tierras titulado “Un asalto a militares ingleses en la Serranía”, llega a Gibraltar en 1845 y se dirige a Ronda, pasando por San Roque, La Almoraima, Gaucín, Atajate, Ronda y vuelta hacia Gibraltar.
«Todos se dirigían a Ronda. Había jóvenes muchachas y damas sentadas en mulas o borricos, a cuyas espaldas las tapaban abrigadas mantas. Vestían con largas y coloreadas faldas y corpiños, en sus rostros medio envueltos en negras o blancas mantillas. Los majos montaban en caballos o mulas, todos armados con pistolas y cuchillos, y algunos con carabinas. Llevaban chaqueta corta con numerosos botones, chalecos y anudada a su cintura la ancha faja roja, pantalones de cuero y largas polainas a las que llaman botines, en lugar de botas; sus cabezas las cubrían con sombreros, que aunque suficientes para paliar la fuerza de los rayos de sol, su circunferencia no daba una sombra total a sus rostros. Todos cabalgaban alegres, riendo y cantando; algunos de los hombres portaban guitarras con ellos, y todas las partidas aparecían contentas y afables.
La ruta era tan mala que ningún caballo, a no ser los herrados a la manera española, podría soportar los pronunciados descensos. Tan irregular y peligroso era el camino, que en algunos tramos fue necesario que los jinetes descendieran de sus cabalgaduras dejándolas libres. El motivo esencial que movía a las multitudes que se habían reunido en Ronda era presenciar las corridas de toros, y también a los oficiales ingleses, algo habría que decir de este bárbaro espectáculo, donde parece sobrevivir el genio de los combates de los antiguos gladiadores romanos, cualquiera que sea la forma de transmisión a sus provincias de entonces».
No le gustan las corridas de toros y llega a afirmar que “los sangrientos y bárbaros habitantes de la Roma de los emperadores hubieran disfrutado contemplando estos espectáculos; pero en ningún lugar de Europa, excepto en España, se tolera el mal gusto de un populacho ‘que goza con el sufrimiento ajeno’.”